Despertant els nostres cors

Jaime López Bronchud

Vicesecretario de Comunicación del

Partido Popular de la Comunitat Valenciana

Esta pandemia maldita, que hemos asumido ya como parte de nuestras vidas, nos ha dejado una nómina tan extensa de pérdidas personales entre nuestras familias y amigos que apenas tenemos ánimo de poder mirar a otros lados ni a otras cuestiones. De no ser así, de no haber sido arrollados por los efectos mortales del COVID y todo lo que el maldito coronavirus trajo para hacernos chocar con la realidad, estaríamos pendientes de nuestras calles y plazas, del cielo al que le rogaríamos sol y ausencias de lluvias y contaríamos las horas para que el cansancio no nos venciese antes de que llegara el fuego.

La ausencia de Fallas emerge como un mal menor entre la triste pandemia donde, evidentemente y como corresponde, la vida, la salud, la estabilidad laboral y la necesidad de “salvaguardar los trastos” le ganan la partida a la nostalgia, la emoción, la tradición y la también necesaria sensación de que necesitamos nuestras fallas ya.

Decir que echamos en falta nuestras fiestas puede parecer hasta obsceno si recordamos el sinfín de víctimas que a punto hemos estado de convertir tan solo en cifras. Pero es cierto que el cuerpo, acostumbrado a sus biorritmos, y saturado de este encierro vital que han supuesto el confinamiento y el baile de restricciones con el que nos han hecho danzar parece pedir ese grito de liberación, caótico y colorista, que irremediablemente son las fallas…

Aunque sea con otros sabores, con otros olores y con un tacto distinto pronto, confiemos, tendremos la opción de revivir la mejor fiesta del mundo, condenando al fuego de una manera más catártica que nunca todo aquello malo que hemos almacenado y queremos quemar, regresando irremediablemente y de manera afortunada a la razón de ser de nuestra fiesta.

Hasta que ese momento llegue, lo oportuno (y lo deseable) es no perder la ilusión ni la pasión por las fallas y, sobre todo, que los respectivos gobiernos tengan un poco de sensatez y sean conscientes de lo perjudicados que están todos los colectivos económicos que, directa o indirectamente, sienten, notan y lamentan que no haya fallas que celebrar. El lamentable último sopapo de la consellera Barceló y el gobierno de Puig a los pirotécnicos es tan solo la gota del vaso que rellena los olvidos al que se han condenado a todos aquellos damnificados por la situación actual en el terreno económico. Su olvido será la condena de muchos sectores que dan de comer a muchas más familias, aunque parece que ni quieren verlo. Ya saben lo que hacemos los falleros: quemar lo malo. Calculo, que los artistas estarán ya haciendo moldes de algunos ninots…