Mujeres en primera línea: Sandra, Rosa y Mayte

Sandra, Rosa y Mayte son tres mujeres que han estado desde que se inició la pandemia en primera línea
luchando frente a ella. Pertenecen a sectores esenciales y han estado y están al pie del cañón, como
muchas otras mujeres, pero ellas son nuestras protagonistas.

En España, según la EPA (Encuesta de Población Activa del Estado), las mujeres representan el 66% del
personal sanitario. En concreto son el 51 % en medicina, el 84 % en enfermería, el 72 % en farmacia, el
82 % en psicología y el 84 % del personal de residencias para mayores y personas dependientes, donde se
han dado los casos más graves y mayor número de fallecimientos. Además, son mayoría en sectores del
comercio de alimentación y de los servicios de limpieza hospitalaria y de residencias que son esenciales
para el mantenimiento de las poblaciones. A estos colectivos profesionales se suman las empleadas de
hogar y cuidadoras, que asumen una importante parte de los cuidados de las personas dependientes.

En el ámbito privado, las mujeres asumen la mayor parte del trabajo doméstico y el 70 % de las tareas de
cuidados. A la desigualdad y dificultad habitual en conciliación y falta de corresponsabilidad, se ha unido
el cierre de centros educativos y el teletrabajo, aumentando la sobrecarga en este ámbito. Muchas mujeres
no pudieron seguir trabajando por tener que hacer frente a esta compleja situación. Esto último, no es el
caso de Sandra, Rosa y Mayte, que han estado en todo momento desempeñando su trabajo. Ellas tres,
además de trabajar fuera de casa, tienen hijos y han tenido que compaginar su labor como agente de
protección civil, enfermera y cajera de supermercado, con el cuidado de sus pequeños.

Sandra tiene 28 y trabaja en Protección Civil de La Pobla de Farnals, desde que se inició la pandemia ha
estado junto a sus compañeros ayudando a repartir mascarillas puerta por puerta a toda la población;
llevando medicamentos a los mayores o personas de alto riesgo; llevando alimentos a los más
necesitados; transmitiendo información a la ciudadanía sobre las medidas, ya que iban cambiando
continuamente; colaborando con la policía; trabajando con otros municipios en los cierres perimetrales…
Y ahora, “empezamos una campaña para trasladar a los mayores de 80 años que no tengan medios al
centro de vacunación habilitado en el municipio vecino”, destaca Sandra.

En definitiva, asegura “que los agentes de protección civil nos sentimos muy respaldados, valorados y
satisfechos por la labor realizada, sobre todo en esta pandemia lo que más nos llenaba y nos hacía feliz en
esos momentos tan difíciles, era ir casa por casa para que esos niños que cumplían años y no podían salir,
recibieran por lo menos una felicitación por megafonía de parte de la Agrupación y Ayuntamiento”.
En cuanto al miedo, afirma que lo que al principio le preocupaba era la incertidumbre sobre lo que podía
ocurrir, “había momentos en los que todos pensábamos que lo único que faltaba es que el mundo se
acabara”. Algo que también le inquietaba eran sus hijos. Su marido y ella forman parte de Protección
Civil y tienen dos niños, “se tiene miedo por estar en primera línea y poder contagiarte, pero lo cierto es
que estamos orgullosos de decir que hemos cumplido las normas sanitarias al 100%. Podemos dar gracias
y estar orgullosos que hasta la fecha ningún miembro de la agrupación o de la familia ha contraído el
virus”, apunta Sandra.

Rosa es enfermera en el Hospital General de Valencia, tiene 39 años y ha estado muy cerca del enemigo
todo este año. Desde el principio ha tenido que dializar a pacientes con Covid-19.
Ella nos cuenta su experiencia. “Al principio pasamos mucho miedo y ansiedad porque no sabíamos a lo
que nos enfrentábamos. Además, no había medios de protección suficientes para todos: no teníamos EPI,
ni mascarillas para cada día, tuvimos que improvisar con lo que podíamos”, señala la enfermera. Pasaron
semanas hasta que Rosa y sus compañeros pudieron contar con el material que necesitaban. Algo que
destaca es que al comienzo del Estado de Alarma el Hospital recibió donaciones que les vinieron muy
bien para desempeñar su trabajo, aunque seguían precisando material de protección homologado.

“Fueron unas semanas muy duras en las que además no se hacían tantas pruebas PCR y sanitarios que
tenían síntomas compatibles con la Covid-19 no pudieron confirmar sus sospechas”, asegura.
Rosa piensa que pasó la enfermedad y por precaución se aisló de su familia varias semanas. A la tristeza
por el aislamiento de su hija y de su madre, hay que unir que perdió a dos de sus mascotas y creé que fue
por coronavirus. También nos ha contado que una de sus compañeras del Hospital está de baja desde la
primera ola por Covid persistente y su contagio se produjo trabajando.

Después de las fiestas navideñas se ha revivido el miedo de los primeros meses, aunque no del mismo
modo porque se cuenta con todo el material necesario y los sanitarios han ido recibiendo las vacunas. Aun
así, Rosa califica esta tercera ola como “la peor”. “Plantas, ucis y urgencias se han colapsado en los
hospitales, han sido unas semanas horribles”, añade.

Mayte es nuestra tercera protagonista, ella trabaja en un supermercado y tiene 43 años. Los empleados de
los supermercados han sufrido los efectos que la pandemia ha provocado en el ánimo de las personas a la
hora de comprar y Mayte ha sido testigo de ello.

“Al principio estábamos todos asustados: avalanchas de gente acudían a comprar de forma compulsiva a
los supermercados vaciando las estanterías”. El susto de los primeros días por la incertidumbre, cuenta
Mayte que se alivió por las medidas de protección que pusieron en marcha muy pronto, “guantes,
mascarillas y geles para nosotros y para los clientes. Más adelante pusieron también mamparas, líneas en
el suelo para guardar la distancia de seguridad y control de aforo”, destaca. “En esos primeros momentos
era llamativo ver las colas que se originaban en las puertas de las tiendas”, añade. Asegura que presenció
alguna situación insolidaria entre los consumidores, pero fueron casos aislados. Actualmente la situación
se ha normalizado, “la gente ya no compra como aquellos meses, ni siquiera en esta tercera ola, que es
cierto que hacen compras más grandes, pero no como al principio”, afirma. Lo que sí destaca “es que la
gente compra por imitación: cuando ven que llevan un carro lleno de garrafas de agua, llenan el suyo
también”.

En cuanto al miedo por contagiarse y contagiar a su familia, a Mayte le preocupaba, porque su marido y
su hija estaban confinados en casa y solo ella salía y entraba para ir a trabajar. “Cuando llegaba me
duchaba y cambiaba de ropa nada más entrar”, concluye.