¿Peatonalizamos?

JAIME ALCAYDE. Arquitecto.

A principios del s. XX surgió la palabra peatón, para denominar a las personas que andaban por la ciudad y distinguirlas de los que se desplazaban conduciendo esa máquina que transformó nuestras vidas, el coche. Así, las ciudades empezaron a configurarse de acuerdo con las reglas del automóvil, y las calles se planearon para separar el paso de viandantes de la calzada para los coches. Calles, avenidas, bulevares, autovías, aparcamientos públicos; son elementos que han configurado un nuevo modelo de ciudad, basada en el uso del automóvil. A partir de aquí, se planteó otro problema: qué hacer con los núcleos históricos. Sin duda, el centro de las ciudades estaba antes que los coches, y por tanto, no se configuró para ellos. Vemos que las históricas viviendas de nuestras poblaciones tampoco contaban con éstos, y no disponían de plaza de garaje; a lo sumo tenían una puerta ancha por donde entraban los carros y cruzando el interior se guardaban en el corral.

Pero vamos a hablar de espacio público, qué ha pasado con esas calles y plazas del centro histórico de nuestros pueblos y con el uso del coche. Al principio solo se trató de adaptar el uno al otro, el automóvil era símbolo de modernidad, y aquella calle cuya anchura permitía su paso era apta para ello. Solo algunas de las principales plazas de los pueblos se mantuvieron exclusivas para peatones, pero siempre junto a una calzada que permitía llegar a ellas en coche.

¿Cómo afrontamos ahora este problema? Desde las escuelas de arquitectura y los estudios de urbanismo, el planteamiento es casi unánime: recuperar el espacio público para los peatones. Pero esta iniciativa no siempre es bien recibida por el ciudadano, al fin y al cabo, el principal agente del conflicto. Es cierto que la peatonalización de los centros históricos se puede ver desde muchas perspectivas, y puede suponer (a priori) una confrontación de intereses. No tiene la misma opinión sobre ello quién vive en el centro de la población, que quién vive en zonas de ensanche; un propietario de un comercio local, que un cliente; o una persona que utiliza el coche para desplazarse que otra que lo suele hacer a pie o en bicicleta.

Desde hace más de una década, los ayuntamientos de la comarca de L’Horta vienen promocionando la revitalización y puesta en valor de los centros históricos. Con el precedente de los Planes de Reforma Interior de la ciudad de Valencia y la peatonalización decidida de los centros de otras ciudades, como Alzira, Gandía o Villarreal, el ejecutivo de muchas de estas poblaciones ha dado el paso de planificar y ejecutar la peatonalización. Son pioneros algunos ayuntamientos de L’Horta Sud, como Catarroja, Picanya, Silla o Alfafar, donde se empezó borrando de sus principales plazas la distinción entre coche y peatón, favoreciendo a éste último. El éxito de las actuaciones se puede comprobar en que se han venido repritiendo en otros núcleos; Paiporta ya cuenta con varias calles peatonales y Torrent ha organizado recientemente unas jornadas sobre ‘Estratègia de protecció i valoració del centre històric’, enfocadas a este tema.

Ahora, tímidamente, el diseño del espacio público peatonal se empieza a ver también en l’Horta Nord. Alboraia dio un gran paso con el enterramiento de las vías del metro, y hace unos meses convocó un concurso para la remodelación de la Plaça de la Constitució y su entorno; Puzol ha puesto en marcha el ‘Pla de Reactivació del Centre Històric’, y Paterna acaba de inaugurar la nueva urbanización de la Plaça del Poble. Les preceden algunas tímidas actuaciones de peatonalización en las plazas y calles de Meliana o Museros.

El resultado de la peatonalización es irreversible, y como hemos visto, va al alza. Pero su éxito no depende solo de una decisión (política), sino que requiere un debate y una planificación previa; y solo será un valor añadido para los centros históricos si a la vez responde a los problemas que ocasiona. Se ha de tratar, por tanto, como un acuerdo entre las partes. Entonces, ¿peatonalizamos?

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