Cañas por millones

No descubro el mundo si digo que Xirivella es, como tantos otros, un municipio del anillo metropolitano de València esencialmente urbano. No ocupa franja litoral y su potencial turístico se circunscribe a la dinámica Mostra Internacional de Pallasses i Pallassos, las visitas de negocio a nuestros parques empresariales y los usos vacacionales vinculados a la gran ciudad, amén de pequeñas joyas arquitectónicas mantenidas durante siglos. Se vive bien, en todo caso, y ello permite un vaivén constante de nuevo vecindario que busca cercanía con la metrópoli y una existencia más relajada. Desde luego el turismo de sol y playa no es lo nuestro, pero sí existe un vínculo empresarial y laboral con esa actividad económica tan determinante para la generación de riqueza en la Comunitat Valenciana. El turismo es consustancial al progreso local y en Xirivella hay centenares de familias estrechamente relacionadas con él.

Pues bien, como alcalde y como diputado en Les Corts Valencianes me inquieta la decisión, aun temporal y pasajera, del gobierno británico de excluir a España y sus gentes del listado de destinos seguros. Sobra decir que el turismo anglosajón es de los más rentables del mundo. Portugal, sin ir más lejos, sí ha sido incluida, lo que seguramente se está traduciendo en reservas hoteleras y entrada de divisas. Entiendo que nadie pondrá en duda cuál ha sido la fórmula para que el país vecino goce de semejante privilegio; esto es, cortar durante el invierno la transmisión del virus para garantizarse una próspera primavera. Las herramientas legales dispuestas por el gobierno portugués para controlar la pandemia no han sido ni más ni menos audaces que las empleadas en España, Francia o Italia. Las restricciones a la movilidad y la reunión de personas fueron también su credo. Por establecer una simetría peninsular, en la orilla atlántica han obrado, a grandes trazos, de igual manera que en la orilla mediterránea: anteponiendo el derecho a la vida y basando la recuperación económica en la salud colectiva.

A las puertas del verano, cuando los touroperadores británicos aceleran el flujo de contrataciones, las cifras de contagio en Lisboa, Oporto o Estoril no son mejores que las de València, Castellón o Benidorm. Aquí, tras el enorme sacrificio común del invierno, los deberes están hechos y el excelente sector turístico de mi comunidad merece su justa recompensa. Pero da la impresión de que, en un acto de perversa ingenuidad, hemos cambiado cañas por millones. O botellones de madrugada por provechosas estancias de hotel. La broma nos ha salido cara esta vez. Y lo peor es que quienes la inventaron continúan alimentándola, convencidos de que sigue haciendo gracia.